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domingo, 17 de julio de 2011
ERNESTO CHE GUEVARA
“DIARIO DE UN COMBATIENTE”
EL DIARIO INÉDITO DE ERNESTO CHE GUEVARA: DE LA SIERRA MAESTRA A SANTA CLARA (1956-1958)
Digno regalo con motivo del próximo aniversario de la Revolución Cubana, este 26 de julio, la publicación del libro escrito por el Che Guevara, “Diario de un Combatiente”.
Relevante el hecho de que Armando Hart Dávalos, uno de los dirigentes máximos de la revolución cubana prologue el libro. Extraordinario por el hecho de que coincide y confirma la versión de la inolvidable camarada Celia Hart Santamaría, hija de Armando Hart con la que tuvimos oportunidad de platicar varias veces con motivo de su última visita a México, previa a su presentación y posterior a ella, en la Universidad Obrera de México, ante un auditorio lleno de sindicalistas y luchadores sociales con los que organizaba un servidor “La Voz de la Resistencia”.
Celia insistía una y otra vez en el hecho de que el Che era marxista desde antes de embarcarse en el Granma, que el Che tenía un profundo respeto por Trotsky y desprecio por la traición que la URSS hacía de los movimientos de liberación profundizando los errores teóricos y políticos de Stalin. Celia insistía una y otra vez en el hecho de que la revolución cubana confirmó en América la certeza de la teoría de la revolución permanente, repitiendo que al momento de su muerte en Bolivia, el Che cargaba el libro de “La Revolución Rusa” de León Trotsky. Tal vez ello explique el por qué el presidente Hugo Chávez de Venezuela incita a leer la obra del revolucionario ruso.
El libro del Che, “Diario de un Combatiente” circula ya en México editado por Ocean Sur y estamos completamente seguros de que enriquecerá no sólo la historia, sino la teoría y el debate que hará luz para elaborar las perspectivas y tareas del movimiento en aras del cambio urgente que requiere nuestro país.
De momento reproducimos el prólogo de Armando Hart para delicia de los auténticos revolucionarios de México y del mundo.
JOSÉ T. CARDOZA OLIVAS
EL CHE: LA SIERRA Y EL LLANO
PRÓLOGO A DIARIO DE UN COMBATIENTE
(Ocean Sur, 2011)
Armando Hart Dávalos [1]
Quienes lean las páginas de este libro, observarán que la heroicidad y la entrega a un propósito de redención universal del hombre van unidos en el Che a una excepcional capacidad intelectual, talento y gracia para describir en detalle lo que otros hombres suelen pasar por alto, dejar en el olvido o en un lugar recóndito de la memoria. Pero el Che, en su sinceridad sin límites, solo comparable a la generosidad y solidaridad infinitas que poseen los espíritus excepcionalmente dotados para asumir la verdad y la justicia de forma radical, dejaba por escrito todo, o casi todo lo que pasaba por su inteligencia cáustica y refinada.
Debemos agradecerle al argentino-cubano haber recreado su vida guerrillera de forma tal que, en el futuro del cual somos parte y en la posteridad más lejana de los que vivirán bien entrado el siglo XXI sea posible conocer y disfrutar de las peripecias ocurridas en las montañas de Oriente durante los años forjadores de la Cuba nueva que emergía de las entrañas de una vieja historia: la de las glorias bolivarianas y martianas.
Algunos han escrito sobre el Che interpretándolo parcialmente, y en muchos casos de forma caprichosa y ocultando o simplemente obviando los matices, ofreciéndonos así una imagen caricaturesca de un pasado al que solo es lícito recurrir con inteligencia y amor. Cuando no se tiene lo uno ni lo otro se escapa lo esencial y, por tanto, se pierden el privilegio y la dicha íntima de exaltar lo más noble y trascendente de esta historia.
Estuve en el centro de la trama de la Revolución que, desde su trinchera guerrillera, describe el Che en estas memorias. Asumí sus vínculos más íntimos, contradictorios y vitales, los hice parte medular de mi vida y los fundí en mi propio corazón. Quienes así vivimos, amando esta historia, tenemos una visión de ella que no se extravía en el laberinto de los hechos ni da cobija a las interpretaciones tendenciosas. Aspiramos a revelar lo esencial.
En este texto aparecen, desde la visión del Che de entonces, polémicas entre la Sierra y el Llano en las cuales tuve el honor de participar desde las trincheras clandestinas de nuestras ciudades [2]. Esto nos obliga a abordar asuntos que hunden sus raíces en el proceso de gestación de la Revolución Cubana, de la que el Che fue uno de sus grandes forjadores. Está en su cúspide más alta junto a Fidel y Raúl.
Es para mí un honor y una dicha personal que el Centro de Estudios Che Guevara me haya pedido unas notas a propósito de estos textos, pues conocen bien mi relación con algunos de los hechos y apreciaciones que aquí brinda el comandante guerrillero. Es grande y complicado el esfuerzo intelectual que me lleva a exponer de manera adecuada y útil lo que tengo bien articulado en mi corazón. Pero no puedo ni debo rehuir el compromiso, ya que me siento depositario de verdades que resulta necesario revelar para comprender mejor la grandeza del Che, la originalidad de Fidel y algunas de las esencias de la Revolución Cubana.
En mi libro Aldabonazo menciono un incidente que resulta clave para entender lo que estoy diciendo. Expreso allí:
[...] Aunque un principio de seguridad aconsejaba que cualquier documento comprometedor fuera por distinta vía a la de los combatientes, nosotros llevábamos una valiosísima carga de papeles y fotos, que fueron ocupados por los guardias de la tiranía y de los cuales el régimen sacó provecho.
Entre estos se encontraba el borrador manuscrito de una carta que preparaba para el Che. Se la había leído a Fidel, quien me había orientado no enviarla, pero de todas formas cometí la imprudencia de guardarla entre aquellos papeles. Siempre me he recriminado haberla llevado encima y que todo esto les causara molestias a Fidel y a Raúl.
Abordaba en esas cuartillas mi punto de vista sobre los criterios del Che respecto a algunos dirigentes del Llano. El debate se relacionaba con las ideas socialistas que en él ya habían cristalizado y que en muchos de nosotros, los del Llano, estaban en proceso de formación, no exentas de contradicciones y dudas.
A la vez, no podía dejar de influir el hecho de que para evaluar una revolución nacional liberadora, la procedencia y posiciones de sus cuadros, pesaban en el pensamiento socialista, a escala internacional, concepciones que no se ajustaban a la realidad de nuestros países e historia.
Lo trascendente del asunto se halla en que gracias al genio de Fidel, la Revolución Cubana, de la cual el Che fue uno de sus grandes artífices, estaba ya en la práctica muy por encima de aquellas discusiones. Mientras debatíamos el proceso revolucionario que juntos promovíamos, iba dejando atrás las raíces de estos diferendos.
A pocos meses del triunfo de enero, el Che, con su talento excepcional, entendió con mayor rigor que cualquiera de nosotros, los fundamentos de los problemas por los que atravesaba el movimiento comunista internacional, las maneras de enfrentarlo y enriquecerlo teóricamente con la experiencia tercermundista y latinoamericana.
A partir de 1959, entre los más importantes colaboradores del Che estuvieron compañeros de gran responsabilidad en el Llano.
Nunca estos matices afectaron el respeto que cada uno de nosotros sentía por el Che; por el contrario, su prestigio fue creciendo con los años, hasta que se convirtió en uno de los símbolos más altos de la lucha revolucionaria en el mundo.
Recuerdo que cuando un funcionario del consulado norteamericano en Santiago de Cuba, con quien el Movimiento 26 de Julio tenía alguna relación, leyó los párrafos de la carta a la que me referí anteriormente, y que fue publicada por el Ejército, se dirigió a Haydee y le dijo: «¿María, cómo Jacinto ha escrito esto?». Para aplacarlo, ella le respondió: «Pero si ataca a Stalin…». Entonces, el norteamericano le señaló: «Eso no es el fondo de lo que se dice, fíjate bien…» [...]. [3]
Ahora reproduzco párrafos de la carta que publicó entonces el Ejército de Batista:
S. Maestra 25-dic 57
Mí admirado Che:
Te hago esta segunda nota luego de recibida copia de la que dirigiste a Daniel y su respuesta. He lamentado más que nunca no haber salido a verte hace días pero, créemelo, hemos tenido aquí que tratar mil asuntos y mi presencia fuera se hace imprescindible.
Estoy seguro que una conversación nuestra resolvería mil problemas y hasta tus propias y legítimas preocupaciones doctrinales con respecto a nosotros.
Sí debo decirte que además de grosero has sido injusto. Que tú creas que nosotros somos derechistas o salgamos de la pequeña burguesía criolla o más propiamente la representemos, es cosa lógica que no me extraña en lo más mínimo, ni mucho menos puede dolerme pues está a tono con tu interpretación del proceso histórico de la Revolución Rusa. Y a fin de cuentas a nosotros no nos ha quedado más remedio que hacer esta pequeña revolución nacional, porque los guías del proletariado mundial convirtieron el formidable estallido de 1917 en una Revolución Nacionalista que se planteó antes que otra cosa -en algo muy legítimo para los rusos- en un movimiento de liberación contra el feudalismo zarista, pero nos dejaron a los pueblos situados fuera de ese país sin la oportunidad de desencadenar una revolución universal que acaso hoy venga por caminos insospechados…
La fatalidad de todo esto es que Stalin no era francés, o inglés o alemán y por tanto no rebasó los límites de un gobernante ruso. Si hubiera nacido en París acaso hubiera visto el mundo por un prisma más amplio.
Te repito, nada de esto es culpa nuestra sino de la incapacidad política para juzgarlo que tuvieron los verdaderos genios de la Revolución de Octubre.
Lo que sí me pone un poco bravo es tu incomprensión para nuestra actitud frente a un pacto que siempre hubimos de rechazar. Tan pronto llegue a Santiago te enviaré todos los documentos sobre el particular. Quiero decirte, querido Che, que si pueden existir discrepancias en el aspecto internacional de la política revolucionaria, yo me cuento entre los más radicales en cuanto al pensamiento político de nuestra Revolución.
Rechazamos el pacto y exigimos que se cumplieran nuestras bases, no lo hicimos público porque en aquel momento hubiera creado confusión en el Pueblo, sino que esperamos que se agotara la posibilidad de que se aceptaran nuestras bases para discutir con Fidel la necesidad del rechazo público. Y cuánta satisfacción sentimos cuando vimos que Fidel planteaba públicamente idénticas proposiciones a las nuestras. Cuánta satisfacción sentimos cuando en Miami uno de los firmantes de la carta de la Sierra, Raúl Chibás, dijo que nuestros planteamientos recogían sus planteamientos, cuánta satisfacción al ver que había una completa identificación entre el «líder izquierdista de la pequeña burguesía» y la propia pequeña burguesía que tú dices nosotros encarnamos.
Sí quiero decirte que me siento muy contento con ser considerado pequeño burgués, porque tengo la conciencia muy tranquila y sé que esos clichés no me afectan. [...] que me he empeñado en organizar a los obreros, y que ellos sean fuerza determinante en nuestra Revolución. Si hemos seguido mal el camino te ruego me indiques el más correcto [...].
Te respeto
Jacinto
Como digo en el mencionado texto, muchos de nosotros estábamos en proceso de formación y no exentos de «prejuicios» sobre el socialismo. Lo trágico está en que los mismos venían confirmados por hechos oficialmente denunciados en esa época por las informaciones críticas formuladas por el Partido Comunista de la URSS en su 20°. Congreso (1956). Sin embargo, aquellas críticas no fueron al fondo del problema y tuvieron lugar, en esos años, los acontecimientos bien conocidos de los tanques en Hungría.
Nunca olvidaré que Fidel me orientó en la Sierra que no enviase la carta al comandante Guevara. Entonces era lo más unitario. Pero como el Ejército la publicó y el Che hace referencia en su Diario a problemas de este carácter, he recurrido al texto para mostrar que, no obstante estas dificultades, jamás se quebró nuestra admiración por el argentino que se unió a Fidel en México, desembarcó en el Granma y se convirtió en uno de los héroes más entrañables de la historia de Cuba.
Hoy puedo asegurar a los que lean este Diario que los compañeros que el Che menciona o pensaba que no éramos comunistas en aquel tiempo, y en parte tenía alguna razón para ello, hemos estado junto a la revolución socialista y a Fidel. Algunos de ellos murieron en combate y hubieran compartido estas líneas conmigo. [4]
Entre ellos está René Ramos Latour (Daniel), uno de los más consecuentes y leales dirigentes del Llano. Por esto emociona la descripción que hace el Che en estas memorias, a propósito de su caída en combate el 30 de julio de 1958, cuando afirma:
[...] Profundas divergencias ideológicas me separaban de René Ramos y éramos enemigos políticos, pero supo morir cumpliendo con su deber, en la primera línea y quien muere así es porque siente un impulso interior que yo le negara y que en esta hora rectifico [...]. [5]
Ese impulso interior fue lo que hizo grandes al Che y a Daniel. Hombres así están unidos por la historia más allá de las diferencias coyunturales de la política.
En Cuba, entre los que nos movíamos en el centro de tales discusiones, abrazamos las ideas socialistas y queremos al Che como una de las más grandes glorias de la humanidad en el siglo XX. Estos análisis son necesarios para situar en su verdadera dimensión la originalidad de la obra de Fidel y el hecho de que las diferencias de opiniones entre revolucionarios consecuentes, los de la Sierra y el Llano, no afectaron la unidad indestructible de la primera revolución socialista de América. Es un ejemplo que esperamos sirva de enseñanza.
Hay algo más de suma importancia que aceleró el proceso de radicalización de la generación del centenario: el imperialismo. Desde 1931 a diciembre de 1958, tuvo siempre a Batista como su hombre fuerte en Cuba, lo protegió en medio de los grandes crímenes que contemplábamos en las calles, en las cárceles y en los campos de Cuba en la década de 1950. Era su garantía para defender los intereses norteamericanos. Apoyaba con todas sus fuerzas al tirano del 10 de marzo, quien actuaba criminal e ilegalmente contra nuestro pueblo.
El Che no conocía entonces directamente a nuestro país, ni era lógico que poseyera una visión inmediata de su historia como la que tuvo pocos meses después. Él estaba empezando a conocer a Cuba y nosotros iniciando nuestro conocimiento del socialismo, al cual llegamos por la vía de la cultura, por el sentido de la justicia heredado de nuestros padres y abuelos.
Al publicarse el Diario del Che, en el cual aparecen estas referencias, me siento en el deber, con la serenidad que dan los años y en homenaje a los guerrilleros cubanos, de señalar que no fueron estas las únicas discrepancias que existían entre los combatientes de la Sierra y el Llano.
Tales diferencias hay que analizarlas en el contexto de un movimiento de cambios y ajustes prácticos, que se van reflejando en la visión de los revolucionarios que buscan un camino certero en la lucha contra el enemigo. En la Sierra, la visión de los guerrilleros fue desarrollándose de una forma que condujo a la victoria. En las ciudades, los cuadros y los combatientes fuimos generando una concepción que nos llevó al desenlace de la huelga del 9 de abril.
Con independencia del énfasis que cada uno de los escenarios señalados le daba a la acción, mediante la cual se produciría la victoria, para todos estaba claro que eran la insurrección armada de las masas, la huelga general revolucionaria, el programa del Movimiento 26 de Julio y el liderazgo indiscutible de Fidel los que servían de fundamento a la Revolución.
Nuestros pueblos de América, ante la imposibilidad política de alcanzar un objetivo inmediato, han desarrollado la conciencia histórica acerca de la importancia ejemplarizante de pelear y morir si fuera necesario en defensa de ese ideal. Nosotros -y se muestra de manera sublime en el Che-, sabemos el valor histórico que tiene el ejemplo de sacrificio en la lucha por una aspiración política y social más alta.
Ernesto Che Guevara recibió y enriqueció esa herencia espiritual, y decidió forjar su carácter para asumir, con los hechos y con la consagración de su vida, el compromiso que estimó irrenunciable de defender con su enorme talento, valor y virtudes el derecho de los pobres de América y la aspiración bolivariana y martiana de integración moral de las patrias latinoamericanas.
En el trasfondo espiritual de la sicología del patriota argentino-cubano y latinoamericano andaban, de una forma u otra, en un grado u otro, las mismas raíces éticas y culturales del pensamiento de Martí. Y esas raíces -que el Che de niño y adolescente no pudo conocer en su expresión martiana-, lo empujaban hacia el humanismo de los pobres. Trabajó como médico en leprosorios tristes de nuestra América y entró en contacto con los que viven en la miseria en diversos rincones de nuestro continente.
Estos sentimientos latinoamericanos y universales, expresados en la cultura que servía a los intereses de los pobres, unieron a Fidel y al Che. Si hubiera sido simplemente rebeldía podría haber sido transitoria esta alianza. Fue en la rebeldía culta donde se hizo sólida la unión. Los nexos entre el Che y la patria de Martí se forjaron indisolubles por la riqueza espiritual y moral, hija de nuestra América, que estaba presente en los sentimientos de Guevara. Fidel y el Che están unidos por una misma cultura, y esa raíz enlaza la pasión por la justicia y la libertad humanas a un saber profundo que encierra todo noble espíritu cultivado.
Desde aquellos tiempos lejanos, en que Antonio Ñico López (1955) me habló de un médico argentino que conoció en Guatemala y quería presentárselo a Fidel, vengo queriendo y admirando al Che, y ni un segundo, en medio de aquellas discusiones, dejé de sentir esta devoción por él. Diferente es la historia de otras revoluciones que, ante problemas que guardan paralelo con estos debates, originaron disensiones de fatales consecuencias. Es que los cubanos contamos con la gloria de tener una revolución dirigida por Fidel que había asumido la tradición democrática al modo martiano, profundo, radical y de valor universal.
Dr. Armando Hart Dávalos
[1] Armando Hart Dávalos nació en La Habana, en 1930, abogado y militante revolucionario, uno de los fundadores del “Movimiento 26 de Julio” cuyo líder fue Fidel Castro Rus. Hart fue nombrado Coordinador Nacional. Durante la lucha armada fue responsable de El Llano, la parte del movimiento encargada de la lucha revolucionaria en las ciudades y de aprovisionar a la guerrilla de La Sierra. Al triunfo de la revolución fue Ministro de Educación durante la Campaña de Alfabetización, y posteriormente Ministro de Cultura. Se casó con Haydeé Santamaría una de las dos mujeres que participaron en el ataque al cuartel Mocada y con ella padre de Celia Hart Santamaría, física cubana y militante trotskista. Es autor de numerosos libros, entre ellos: La cultura en el proceso de la integración de América Latina; Del trabajo cultural; Cambiar las reglas del juego; Cultura en revolución; Hacia una dimensión cultural del desarrollo; Mi visión del Che desde los ‘90s; y Perfiles. Actualmente es presidente del Programa Nacional de Estudios Martianos. NOTA DE “LA VOZ DE LA RESISTENCIA”.
[2] Al Movimiento 26 de Julio que protagonizo la revolución cubana se integraban dos grandes unidades: La Sierra que era la parte del movimiento armado guerrillero, mientras que El Llano movilizaba políticamente en pueblos y ciudades organizando el apoyo al movimiento guerrillero, sosteniendo la guerrilla desde las ciudades. Ninguna guerrilla sobrevive sin el apoyo de los pueblos y ciudades que le proporcionan información, material, armas, municiones, hombres, etc. NOTA DE LA VOZ DE LA RESISTENCIA
[4] Con excepción de Carlos Franqui, quien en esa época se presentaba como marxista.
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